Hasta concluir la primera década del siglo XX, la fecha patria del 9 de julio en Tucumán era una celebración local: muy entusiasta, pero no trascendía aquella condición. Las cosas empezaron a cambiar en 1911. Ese año vino a Tucumán, por la conmemoración, el vicepresidente, doctor Victorino de la Plaza.
El 9 de julio, el presidente de la Nación, doctor Roque Sáenz Peña, telegrafiaba a De la Plaza, a Tucumán, manifestando su contento por su información sobre el éxito de los festejos; en los que, prometía, “he de participar en el año venidero y en los sucesivos”.
El gobernador, doctor José Frías Silva, le expresó de inmediato, por telegrama, su satisfacción ante ese propósito. El 12, Sáenz Peña le contestaba. “Al adoptar esa determinación, he obedecido a un pensamiento netamente argentino, y a un concepto verdadero y expansivo de la nacionalidad”, decía.
Esto porque, agregaba, “si el memorable Congreso de 1816 afirmó definitivamente la Independencia y la República, paréceme que debemos rendirle homenaje en su sede y en su ambiente, asociado el país entero al noble pueblo que lo hospedara, templándolo con sus abnegaciones y sacrificios”.
Sáenz Peña cumplió su palabra. Vino a Tucumán en julio de 1912, y reiteró su visita en julio de 1913, siempre recibido con enorme entusiasmo. Era el tercer presidente que visitaba Tucumán: lo habían hecho antes sólo los tucumanos, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca. Lamentablemente, no pudo concurrir en julio de 1914. Ya estaba muy enfermo y falleció un mes después de los festejos, el 9 de agosto de ese año.